Nos cuenta Gabriel García Márquez en su célebre libro “El amor en los tiempo del cólera” publicado en 1985, como el amor se mantiene firme en el tiempo, ante todas de adversidades, vicisitudes y contratiempos que nos depara la vida; llegando a superar el paso de los años, la vejez y hasta la propia muerte.

La obra que presento hoy aquí es el resultado de muchos años de transitar por diferentes sendas y caminos, desde que a los 13 años empecé en la Escuela de Artes y oficios y tras haber pasado por otras muchas instituciones.
Siendo mi formación principalmente figurativa, busqué un estilo lo más académico posible, llegando un momento en que buscaba plasmar todo lo que veía de una manera fotográfica, considerándome en ocasiones un pintor hiperrealista.
Pero cuando consideras que dominas la técnica, surge algo dentro de tu propio ser que te pide algo más (la propia obra siempre te pide más, es insaciable. Decía mi tristemente fallecido amigo, el crítico de arte Jesús Mazariegos, que era como una amante insatisfecha). Te descubres solo, te das cuenta de que ya no hay compañeros o profesores donde refugiarte. Es tu tarea ahora derribar barreras y dificultades con tu propio esfuerzo, tesón, dedicación y con el trabajo diario.
Yo estaba en ese momento cuando monté mi propio taller con la idea de satisfacer esa zozobra, conseguida al ir depurando un lenguaje pictórico personal y propio.
Partiendo de una primera etapa figurativa en la que predominada el cuerpo humano, este se fue incardinando con algo similar a ciudades donde al principio convivían bien, siendo el protagonista principal el cuerpo humano, hasta que llegó a desaparecer en favor de la ciudad. Los siguientes cuadros eran ya solo ciudades sin ninguna presencia del ser humano. El siguiente paso fue la desaparición de la ciudad, así como de cualquier tipo de forma o geometría, dando paso a una depuración formal en la que el cuadro era solo color, algo con lo que siempre me he obsesionado en el tratamiento, intentando conseguirlo muy depurado, bello y muy limpio.
Sin embargo, no eran cuadros de un color monocromático, si no con multitud de combinaciones y gamas de colores, a la vez muy combinados.
Esto dio lugar a cuadros muy atmosféricos, de gran limpieza y belleza, pero me volvió a ocurrir que la obra pidió más, y es cuando surgió la línea que atraviesa la pintura de lado a lado del lienzo; es en este momento cuando los espectadores empiezan a identificarla con paisajes, por esa tendencia que el cerebro tiene de asociar que lo que está encima de la línea a modo de horizonte es cielo y lo que hay debajo es tierra.
Esta línea fue evolucionando, pasando de ser una línea fina y delgada a una más ancha en la que se encontraba a su vez otro paisaje, con multitud de cambios, matices y líneas.
Una vez más la propia obra pide más y llega un momento en que la línea desaparece y el corte longitudinal de lado a lado se sigue produciendo con la propia pintura, a veces muy sibilinamente y otras de manera más gráfica, en unas ocasiones casi oculta y en otras muy evidente.
Yo, que siempre renegué del paisaje, después de tantos años veo como empieza a reaparecer un paisaje no al uso o tradicional, sino muy diferente, muy personal.
No puedo olvidar que hasta llegar aquí experimenté con multitud de materiales, estilos y formas, como la escultura cerámica, el hierro, o los objetos de diseño: lámparas, instalaciones, juegos de luz y ensamblaje de planchas de madera que podían ser contempladas fijando la mirada en una sola o en todas ellas a la vezsiendo un resultado muy armónico .
De aquí viene la primera línea de horizonte, dentro del paisaje pero sin pintura, era el canto de la madera cortado a bisel lo que producía esa sensación óptica a modo de horizonte.
También pasé por épocas de experimentación como la abstracción, el collage, fondos y vacíos, pinturas geométricas, analíticas, matemáticas, y con predominancia del círculo, así como la ilustración de libros en diferentes editoriales. Uno de los libros que escribí, ilustré y publiqué es: “Voces del Bosque” en la editorial Fuente de la Fama de Valladolid.
El título de mi anterior exposición “Soldado de Derrota” hacía un símil con la propia pintura, en esta ocasión el título es “Dentro de la tormenta” volviendo a realizar un paralelismo con los tiempos que tristemente vivimos y por la propia tormenta que es la creación de la obra de arte.
Referenciando de nuevo a Gabriel García Márquez, que escribió “el amor perdura siempre” con la pintura pasa lo mismo, la vida pasa y ella a pesar de los avatares de la vida, permanece siempre.
En definitiva, la obra que presento es mi lenguaje pictórico más personal, fruto de todos esos años de aprendizaje y experimentación, lenguaje al que atribuyo mucho recorrido y que intentaré que siga avanzando, descubriéndome nuevos hallazgos y aportando muchas y nuevas sensaciones y emociones.
Luciano
